De pronto alcé la vista y desde el techo me vi reflejada dos veces y miré hacia el frente y de nuevo mi imagen se metió como humo a través de mis ojos.
Era yo. Desnuda, de pecho y vientre blanco abundante, un par de pezones cual frambuesas de supermercado.
Yo sin peinar.
Estallando desde dentro y explosando por los poros. Y bajo mi cicatriz una sonrisa vertical de niña contrasta púber con la grosería de mi cuerpo, pálida por fuera y rosada por dentro.
Y debajo de mí, tú
Azul y transparente.
Tú casi murmullos, casi atrapado entre mis piernas.
Tú exquisito banquete de vigores lúbricos y con una vuelta de acróbata circense me meto debajo de ti,
Me aplastas con toda la calentura de la noche y eras
Azul
Y tu cintura
Y tus pantorrillas de lengua marina.
Y perdí mis dedos en tus entrañas y los tuyos me perforaron despacio con saliva, nariz y pulgares. Tu cara mi silla, mi cuerpo partido en dos por tu embestida de guerra mortal.
Me chupas como la naranja que me vuelvo, somos fruta carnosa que alguien muerde, jugo hasta los codos o hasta las rodillas, espuma de jacuzzi que me hace liviana, agüita que me entra, chorros que tamborilean mis vergüenzas, las tetas como burbujas de jabón. Y me jalas el pelo solo para que me desvanezca en estertores.
Pero no soy yo, ni eres tú. Son muñecos humanos que un gigante junto.
Somos dos cuerpos que se refriegan como se refriegan todos los cuerpos.
Somos lo que la gente no quiere ser, 40 dedos, 4 nalgas, 3 orificios penetrables y un par de bocas, no hay más...y el azul.
Amontonados en una cama con marquesa acolchada y después de mi, mi imagen en el espejos se repite impajaritablemente. Pero no soy yo
Es carne, adobes, trigo y uñas.
Gemidos, temblores y ganas
Continente triste y desesperanza aprendida.
No debo ser yo porque no eres tú.
Tú eres puerto, callejuelas con putas, casa vieja sin dueño.
La muerte pasea entre nosotros...la llevamos en las venas
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